martes, 13 de mayo de 2014

COCINA DE IDA Y VUELTA. Retazos de la historia.


COCINA DE IDA Y VUELTA

Fuente:  http://www.ibergastronom.com/

Antes de la hora de los descubrimientos ya se había desarrollado en el llamado Nuevo Mundo una cultura gastronómica original y variada, principalmente en Mesoamérica (aztecas, toltecas, tlaxcaltecas y antillanos), pero también en algunas zonas de los Andes, como el Cuzco, e incluso en regiones que hoy forman parte de Brasil y Paraguay; una cocina basada fundamentalmente en la excelencia de un ingrediente maravilloso, como es el chile, o ají, en sus múltiples variedades, así como en la calidad de los pescados, y en las técnicas de guisos y asados.
Esta gastronomía precolombina se enriqueció, claro está, con la introducción de productos europeos tales como los cereales, los animales de renta, el azúcar, el aceite, la cebolla, los cítricos, el ajo, o la vid; pero también, y esto ha sido tal vez menos divulgado, con la importación del arte culinario más desarrollado en el mundo por aquellos días, el acervo gastronómico creado por las sucesivas agregaciones de las cocinas grecorromana, germánica, hebrea y mozárabe, que culminó en obras monumentales de la literatura gastronómica como el Arte cisoria de Enrique de Aragón, marqués de Villena, o el Libro de cocina de Ruperto Nola, cuyas recetas los religiosos españoles llevaron a América.
Por poner un ejemplo: el mole poblano probablemente sea la cumbre de la gastronomía-mexicana. En los fogones de Moctezuma, para acompañar al guajolote, pavo de carne muy regalada según apreciación personal de Hernán Cortés, se elaboraba una salsa parecida al mole, que incluía ingredientes como el tomate, el cacao molido, el sésamo y una mezcla de chiles dulces y picantes, todo ello mezclado con el caldo de cocer el ave. Plato riquísimo, pero que aún mejoró cuando, según se cuenta, una monjita del convento de Santa Rosa, en Puebla, allá por el año 1610 sustituyó el pavo por un pollo de corral, y añadió a la salsa un diente de ajo, cebolla, pimienta, zanahoria, ajonjolí y almendras molidas, siguiendo la tradición culinaria de Andalucía, región que sería seguramente su tierra natal.
Otro ejemplo: el chocolate a la taza. La caña dulce fue llevada al Nuevo Mundo desde Canarias por Cristóbal Colón en su fructífero segundo viaje, siendo en la Isla de Santo Domingo donde alcanzó mayor finura, debido a las excelentes condiciones de la tierra, y a la temprana introducción de trapiches o ingenios azucareros, que más tarde se extenderían por toda la América española. Todos conocemos, en fin, cual fue el feliz resultado de mezclar el azúcar fino con el excelente cacao amargo que elaboraban los mexicanos, el insuperable chocolate para fundir.
Con toda evidencia, el paradigma americano de la exquisitez en el comer y en el beber lo constituyó la sofisticada mesa de Moctezuma, a la que fueron invitados Hernán Cortés y sus hombres. Cuentan los cronistas, entre ellos el padre Las Casas, Gonzalo Fernández de Oviedo, Bernal Díaz del Castillo, que acompañó a Hernán Cortés en la conquista de México, y el propio Cortés, que la magnificencia del servicio de mesa y la suntuosidad de los manjares eran admirables:
La mesa era servida en un comedor inmaculadamente limpio y el piso cubierto de una estera de palma pintada, por trescientos pajes vestidos de etiqueta "con pañizuelos blanquísimos y altísimos de algodón" - escribe Bartolomé de Las Casas- cada uno de los cuales portaba una vasija de cerámica, decorada con hermosos dibujos, repleta de manjar, y la colocaba sobre un braserillo para que la comida no se enfriase. El cacique se sentaba sobre ricos cojines de cuero de venado, y el maestresala le servía lo que le agradaba, que era muy poquito de cada plato "porque era de muy poco comer y muy delicado".
Luego era servido el segundo plato por otros trescientos pajes, y finalmente el tercero y último. Entre plato y plato, del servicio de la bebida se encargaban otros trescientos camareros, cada uno de ellos portador de una gran jícara de calabaza bellamente decorada, que contenía "agua mezclada con cierta harina de unas almendras que llaman cacao; de mucha sustancia, muy fresca y sabrosa y agradable y que no embriaga". Moctezuma tomaba su espumoso cacao en una copa de oro fino.
La limpieza era impecable en todos los aspectos: tanto el rey como los súbditos se lavaban antes y después de comer, y durante la comida usaban una toalla o pañezuelo. Los vasos, platos y escudillas, los braserillos y las jícaras o tazas en que se servía al rey, así como las servilletas, se usaban una sola vez.
Y en cuanto a la composición de los manjares, cabe decir que en la mesa de Moctezuma entraba todo lo mejor que produce la tierra: pavos, gallinas, volatería, venados, variadísimos pescados, frutas, legumbres, bebidas, y golosinas; pues el mercado de la capital azteca en poco o nada tenía que envidiar al Mercamadrid de hoy día. Refiriéndose a la vecina ciudad de Tlaxcala, que era considerablemente más pequeña que la antigua Tenochtitlán (México), Hernán Cortes elogia su mercado de abastos de esta manera:
"La ciudad ... es muy mayor que Granada y muy más fuerte, y de tan buenos edificios ... y muy mejor abastecida de las cosas de la tierra, que es de pan y de aves y caza y pescados de los ríos, y de otras legumbres y cosas que ellos comen muy buenas. Hay en esta ciudad un mercado en que cuotidianamente, todos los días, hay en él de treinta mil ánimas arriba vendiendo y comprando ... "
Venían las mujeres ... con sus comidas en sus ollitas, guisadas, y sus cantarillos de vino a las espaldas; y si allí se hallaba el señor, por su comida y servicio comenzaban, y luego servían a los demás.
A cada uno servía y daba de comer su propia mujer, y al señor lo mismo, aunque fuese el mismo inca, le servía la reina, su principal mujer, los primeros platos y la primera vez de beber; los demás servicios (los) hacían los criados y criadas.
La excelencia de la gastronomía andina venía dada por la gran calidad y variedad de sus productos básicos: la papa, el maíz con sus subproductos (choclo, pan y chicha), y los pimientos dulces y picantes, así como por la técnica de asar en pequeños hornos fabricados sobre agujeros excavados en la tierra.
Las papas se preparaban sancochadas con ají y acompañadas de carne fresca o deshidratada ("charqui") o de pescado seco (plato llamado 'locro"); o bien asadas en la forma descrita, acompañadas de maíz tostado, habas, y tal vez carne de conejo (plato llamado "pachamanca", que en quechua y en aymara quiere decir "olla de tierra").
Tampoco carecía de refinamiento la mesa de Guacanagarí, cacique del reino de Cibao en la isla Española (Santo Domingo), quien en más de una ocasión invitó a comer a Cristóbal Colón. En los banquetes de este gran señor se servía primero la fruta: guayabas, mirabolanos, guanábanos, fresón, papayas, anón, piñas, yayaguas, etc.; siempre preparada, y, en su caso, cortada en rodajas. Luego se repartían los cestos de pan cazabí hecho de ralladura de yuca, y comenzaban a aparecer los platos con los guisos tradicionales de la isla: cola de iguana con salsa de hierbas y piñones, guaminiquinajes (suculento roedor, como conejo pequeño) en salsa de ají picante, perdices asadas, jamoncitos de ánsares, tasajos de manatí amojamado, sopa de tortuga con batatas y ajes, y los más diversos pescados, cocidos o asados, sin que faltaran las ostras y los camarones. La bebida, agua fresca y chicha de maíz, o de frutas, era servida en calabazas. Y lo mismo, o muy parecido, eran los banquetes en las otras islas antillanas o de barlovento.
Finalmente, cabría destacar como buenos cocineros, entre los pueblos americanos precolombinos, a los carios, indígenas de la boca del Paraguay, los cuales elaboraban un notable pan de yuca, y asaban en barbacoa los lomos y los jamones de los exquisitos "capivares", cerdos de agua (vivían en los ríos) alimentados de castañas y bellotas, utilizando la miel de abeja para aliñar y salsear.